27 de noviembre

Feria del Libro

Selva Almada: discurso completo apertura Feria del Libro de Rosario 2023

La reconocida escritora tuvo a su cargo las palabras inaugurales del evento, que se desarrolla en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa hasta el 12 de agosto, con entrada libre y gratuita.

Algunas notas fluviales

Una escena de lectura.

Tengo nueve años, vivo en un pueblo de Entre Ríos y leo fervientemente Las aventuras de Tom Sawyer. Tengo más o menos la misma edad que Tom y que su amigo Huck. No sé qué es el río. Conozco bañados, tajamares, cañadas y arroyos. El río más cercano está a 30 kilómetros, en la misma ciudad donde vive la tía María y aunque la visitamos seguido, a veces con mi mamá, a veces solos los tres con mis hermanos, nunca fuimos al río. Leo sentada, medio echada en un hueco que forman las raíces del ombú gigante de la casa de la abuela, a la hora de la siesta, lejos de la mirada y las burlas de mi hermano y mi primo y los otros gurises del barrio que andan por ahí, robando frutas o haciendo esas cosas que hacen los varones que no son leer porque eso, leer, es cosa de chicas. No sé qué es un río, pero puedo imaginarme el Mississippi (qué locura que tenga tantas consonantes y una sola vocal: leo el nombre en voz alta y la lengua choca contra los dientes haciendo el siseo de una culebra). El Mississippi, pienso, debe ser como diez, cien, mil veces el Caraballo, el arroyo más grande de la zona, adonde vamos algunos domingos en el camión de José Bertoni, adonde bajan a tomar agua los caballos, adonde nunca quiero meterme más hondo que las rodillas porque me da miedo. Puedo saber cómo es ese río aunque no sepa, realmente, qué es un río. Tampoco sé que mucho más cerca, igual de importante pero más extenso y también con una sola vocal en su nombre, corre el río Paraná.

Una ficha de la Universidad Nacional del Litoral.

Leo sobre el origen del Paraná: “tuvo lugar hace 3 o 4 millones de años. Desde entonces, atravesó la Mesopotamia para unirse con el río Uruguay; luego se “corrió” hacia el oeste y muy de a poco ocupó el cauce que hoy conocemos. De su paso quedan registros en los sedimentos, y hasta se pueden ver esas huellas a través de imágenes satelitales (…) Se estima que tenía un caudal de los más importantes que hayan existido jamás. Pero los movimientos y los cambios no son exclusivos del pasado. El río sigue transformándose y haciendo visibles las modificaciones en el paisaje”. El río, ya sabemos, nunca es dos veces el mismo.

Una entrada autobiográfica.

A los diecisiete me mudé a la ciudad de Paraná y conocí el río. No me acuerdo si fue apenas llegada o si pasaron semanas o meses hasta que se produjo el encuentro. Como sucede con los momentos fundamentales de nuestras vidas, a veces no recordamos los detalles pero el impacto de la experiencia queda para siempre en nosotros: un asombro infantil, una alegría nerviosa. Durante diez años fue parte de mi vida cotidiana. Iba al río cuando quería estar sola. Iba al río a leer. Iba con mis novios a besarnos. Iba con mis amigos a tomar cerveza y fumar. Iba de tarde a la siesta y de noche y algunas veces amanecimos allí. Una noche lo navegamos en un velero y un amigo se tiró a nadar y yo estuve con el corazón en la boca hasta que volvió a subir: a la luz de la luna el cuerpo mojado brillaba como si tuviera escamas. Fui al río cuando me di cuenta de que quería ser escritora. ¿Se lo habré dicho en voz alta? O solamente lo habré mirado fijo, pensando alto y claro para que me oyera. ¿Habrá sido compartir un secreto o hacerle una promesa?

Una nota sobre la escritura en relación al río.

Nunca aprendí a nadar así que mi experiencia fluvial siempre es la orilla, el borde. Una barranca altísima a la que me asomo, abajo el agua marrón, el lomo del Paraná encrespándose como la piel del caballo molestada por las moscas. La escritura como abismo, salto al vacío, rompedura de cabeza contra la superficie del agua que se extiende allá abajo tan lisa, tan dura como piedra. Pero ¿cómo será el río desde adentro? Le mando un wathsapp a mi amiga Raquel, nadadora de aguas abiertas: ¿cómo es nadar en el río? Me manda un audio: “Te agarra una desesperación. Estás ahí adentro y no ves la orilla, todo es inmensidad de agua, soledad. Y decís yo no sé nadar. No voy a poder con esto porque me olvidé cómo es nadar y movés los brazos, el cuerpo, y en un momento todo se acomoda y entrás como en una comunión con todo lo que te rodea. Pero cada vez, siempre es lo mismo: el miedo y la desesperación”. Entonces si lo traslado a la escritura tanto afuera como adentro del río es lo mismo: miedo, negritud, no saber. Cada vez que mi amiga se mete a nadar no sabe y tiene que aprender de nuevo. Cada vez que empiezo a escribir no sé y tengo que aprender de nuevo. Por eso me parecen una estafa los manuales, talleres, seminarios que prometen enseñar cómo se escribe una novela (un cuento, un poema, para el caso es lo mismo). Escribí tres y les juro que no sé cómo se escribe una novela.

Una apostilla a la escena de lectura.

Estoy acostada en las raíces del ombú leyendo Tom Sawyer. No sabía entonces y no lo sabría por mucho tiempo que en la misma región donde vivía yo, había escritores. No los leíamos en la escuela ni estaban en las magras bibliotecas de nuestras casas. En la secundaria íbamos a asomarnos a la noción de literatura argentina: un arco extraño que al parecer empezaba con Echeverría y Hernández, después décadas vacías hasta Borges, Cortázar y Mujica Láinez. Por la puerta de servicio entraba Storni: mujer, poeta, madre soltera y suicida. A los nueve años me hubiera gustado saber que había un viejo poeta muerto hacía poco que también era entrerriano, que había nacido en Gualeguay, a menos de 100 kilómetros de mi pueblo, que había pasado la adolescencia en Villaguay, a menos de 80, y que había vivido sus últimos años en Paraná, la ciudad donde viviría yo unos años después. Me hubiera gustado leer a Juan L. Ortíz mientras leía a Mark Twain. Ver sus fotos de viejo flaco, pelo revuelto, fumando con boquilla, rodeado de gatos. Saber que el poeta argentino más grande de todos los tiempos era entrerriano.

Anecdotario.

Hace poco la escritora María Inés Krimer, nacida y criada en Paraná, me contó que cuando estaba en séptimo grado fue con una pequeña delegación a visitar al poeta. De ese encuentro recuerda que él les leyó unos poemas y que su esposa Gerarda les convidó galletitas Lincoln. El poeta Rodolfo Alonso me contó una vez de cuando iban en comitiva a verlo: paseaban por la orilla del río al atardecer, los comían vivos las nubes de mosquitos que suben a esa hora, pero Juan L. seguía hablando y caminando inmutable, los espantaba con una especie de caricia en el aire. Me contó por teléfono mi querida Estela Figueroa: “volvíamos flotando de la casa de Juan L. No sabíamos que el viejo nos daba mate con anfetas”. Un poeta, una obra personal y monumental que sigue corriendo como un gran río. Que se derrama dando origen a cursos de agua más jóvenes como la novela del rosarino Derian Passaglia, El aire de las colinas… publicada este año. O la canción preciosa que hizo Francisco Garamona (también rosarino) con el poema Aquí estoy a tu lado. En 2022 lo escuché con otras cientos de personas en La Ballena del CCK y pensé: qué maldito viejo contemporáneo que es Juan L.

Una conversación con Sonia Scarabelli.

Estamos a principios de julio y es la hora de la siesta (¿por qué las cosas más interesantes en la provincia ocurren siempre a la siesta?). Hace frío pero es un día soleado. Sonia y yo miramos los muros de la casa encendidos con el fuego de las bignonias en flor. Hablamos de lo que más le gusta hablar a Sonia que es de lecturas. Hablamos de leer literatura local. Cito, probablemente mal, a la poeta chilena Rosabetty Muñoz: en una entrevista ella dice que escribe para ser leída, antes que nadie, por sus vecinos. Vive en la isla de Chiloé. Yo me pongo radical y digo: ¡debería ser obligatorio en Chiloé leer a Rosabetty! Claro que no lo digo por un chauvinismo ridículo sino porque es de las más grandes poetas chilenas contemporáneas. Sonia levanta un dedo para hacer un ademán que es muy suyo cuando quiere hacer una modesta intervención y me dice: Vos sabés que no estoy tan de acuerdo… porque qué habría sido de nosotras, por ejemplo, si no hubiéramos leído a Flannery O´Connor, por decir algo. Si no hubiéramos leído esos libros que nos mostraban otros mundos posibles, otras maneras de ser, de sentir… claro que eso puede estar en la literatura que se escribe al lado nuestro, pero por qué debería ser una cosa u otra. Por qué no leer a Flannery y a Beatriz Vallejos.

Otra ficha de la UNL.

“Visto desde el cielo, el Paraná muestra su geometría aparentemente caprichosa, plagada de curvas, ensanchamientos y estrechamientos, con su gran planicie asociada que se inunda parcial o totalmente en las crecidas y le dan al Litoral su paisaje característico (…) Al Paraná se lo clasifica como río aluvial, porque transporta en su caudal sedimentos, tanto por arrastre como suspendidos en el agua, que transforman constantemente su propia morfología generando bancos e islas”.

Derivas de la ficha.

Me gusta esta descripción para intentar pensar la literatura argentina de un modo más federal y diverso. Por supuesto estoy tentada de zelarayear y despotricar contra Buenos Aires como buena provinciana resentida. Ya saben Ricardo Zelarayán, el grandísimo Zelarayán, renegó de la capital aunque vivió casi toda su vida allá. También decía que era “federalista a rajatabla” y tal vez es por ahí por donde quiero ir. Espabilemos un poco: ¿realmente tiene sentido la vieja discusión centro-periferia? Primero, Buenos Aires, seamos honestos, no es el único “centro”: aquí estamos en Rosario que puede sentirse periférica comparada con Buenos Aires, pero es central en relación a otras ciudades de la región. Segundo: ¿qué es ser periférico? Pensarlo sólo relacionado a lo geográfico sería reducir el concepto. Entonces ¿cuánta de toda la literatura que se escribe y se edita en las provincias es verdaderamente periférica? ¿No hay acaso mucha literatura que se escribe con los mandatos del mainstream aunque no logre serlo por las limitaciones de los mercados regionales? Y, algo que me parece fundamental para dar vuelta esta dicotomía: ¿acaso no hay un buen número de escritoras y escritores provincianos que son influencia clave en la literatura del país de las últimas décadas? Ya lo nombré antes: Zelarayán y también Laiseca, Diana Bellessi, Madariaga, el Teuco Castilla, Claudia Masin… provincianos que viven o vivieron en Buenos Aires e irradiaron en las generaciones más nuevas de escritores y escritoras. Pero también Angélica Gorodischer, Liliana Bodoc, Estela Figueroa, Franco Rivero y Beatriz Vignoli, grandes referentes de buena parte de la poesía y la narrativa contemporáneas, que escriben o escribieron en sus territorios de origen, sin migrar nunca a la capital. Y no olvidemos a los que cruzaron el charco y siguieron mandando sus ondas desde allá como Saer y Calveyra.

También los talleres de lectura y de escritura son espacios de formación, discusión, investigación y tráfico de autores: yo misma vine varias veces invitada por otra escritora y tallerista que vive en la ciudad, Dahiana Belfiori; y ahora gracias a la virtualidad pueden estar coordinándose desde Rosario, Córdoba o Ituzaingó y hacer circular lecturas y escrituras en distintos puntos del país. Los festivales: sin ir más lejos aquí se realiza hace más de treinta años el Festival Internacional de Poesía; y hay festivales más jóvenes que crecen año a año como el Festival Mulita y el Literatura Impenetrable, ambos en Resistencia; el FILT en Tucumán; la Fiesta de la Palabra, en Bariloche; el Festival Intergaláctico de Escritores, también en Tucumán, por nombrar sólo algunos, muchas veces organizados por escritores y escritoras de manera independiente, y que llevan y traen y ponen en contacto y generan encuentros entre lectores y autores de todo el país. Y por supuesto las ferias. Entonces copiando ese diseño del río que leí más arriba ¿no sería más interesante pensar la literatura argentina como un gran río, alimentándose de afluentes, derramándose en otros, sedimentado por voces y escrituras de distintas partes del mapa, con pequeñas islas y bancos que van mutando? Y también orillas, por supuesto, tal vez ahí está la auténtica periferia, en la escritura orillera, de borde y desborde.

Una canción.

En 1999 salió el disco Excursiones, de Suárez, el grupo de Rosario Bléfari. Una canción de ese disco se llama Río Paraná. No sé si fue un hit pero desde el primer día que la escuché es una de mis canciones favoritas. A fines de ese año me mudé a Buenos Aires donde vivo desde entonces como miles y miles de provincianos. Esta es la última de las notas sueltas de este texto y no sé cómo entrame con el resto pero es también mi pequeño homenaje a Bléfari, a quien tanto quiero. Esa canción no dejó de sonar en mi cabeza desde que subí al micro en la terminal de Paraná. Atravesé el río por ese tubo mágico que es el túnel subfluvial, la canción sonaba en la oscuridad azul del colectivo. Me estaba yendo seguramente para siempre y esa canción, este río no dejaron nunca de sonar en mi cabeza.