25 de noviembre

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Cultura

Multitudinario encuentro en el Parque Regional Sur para los festejos de San Pedro y San Pablo

Cientos de vecinos participaron de la tradicional fogata que se realiza año tras año en el distrito Sur bajo la consigna de quemar lo viejo para dar lugar a lo nuevo.

El Parque Regional Sur Carlos Sylvestre Begnis fue sede de la tradicional fogata de San Pedro y San Pablo, popular festejo donde, desde hace años, chicos, jóvenes y adultos renuevan sus deseos de bienestar bajo una misma consigna: Quemar lo viejo para dar lugar a lo nuevo.

El encuentro comenzó en horas de la tarde del lunes 29 de junio, cuando los participantes, junto a la murga Matadero Sur, partieron en alegre caravana desde la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto hacia la esquina de Centenario y Andes, donde los esperaba la montaña de leña y objetos de arte creados por los alumnos de la institución municipal que iba a ser encendida.

Una vez en el lugar, la ansiedad y la magia envolvieron a los presentes. Había llegado la hora de encender el fuego, de ver cómo las llamas y el característico sonido del crepitar de la leña se adueñaban del lugar. Había llegado la hora de compartir en familia el espíritu de la tradicional reunión.

La fogata de San Pedro y San Pablo es una antigua celebración pagana y religiosa que une el tributo al fuego en sus diferentes significaciones y simbologías con la sacralidad.

El 29 de junio se conmemora a San Pedro, primer papa de la Iglesia Católica, y a San Pablo, el gran apóstol de los Gentiles, quienes, según la tradición, fueron ejecutados alrededor del año 67 por orden de Nerón.

El sentido purificador atribuido al fuego se mezcla con el rito estival (para nosotros invernal) de la fogata cercana al martirio de los santos mencionados. Por eso, en lo alto de la fogata se ubican los muñecos, los cuales son quemados como expiación colectiva para rendir homenaje a los santos inocentes.

En el país, esta celebración forma parte de las tradiciones populares –heredadas de la inmigración– que se afianzaron a principios del siglo XX con el surgimiento del barrio como espacio de encuentro, participación e identidad.

Con la expansión urbana, que fue modificando la fisonomía de la ciudad y cambiando las costumbres y las relaciones de vecindad -que se tornaron más distantes y reservadas-, las fogatas pasaron a ocupar un lugar sólo en la memoria de la gente.

Recrear estos encuentros que se apropian con espíritu festivo y lúdico del espacio público -marcando como territorio de pertenencia la vereda, la calle, el barrio, la ciudad- fue el motivador para rescatar y resignificar en el presente esta tradición cultural.